Empoderamiento y predictibilidad: acerca de los nuevos arquetipos femeninos

Hoy voy a ponerme un poco más serio de lo normal para hablaros de un tema que me interesa particularmente: el tratamiento literario de los nuevos personajes femeninos. O más que literario, el tratamiento de los nuevos personajes femeninos dentro de la ficción en general.

Como ya sabréis, en los últimos años, (y sobre todo, meses), las reivindicaciones de los movimientos el favor de la igualdad de la mujer han cobrado un enorme protagonismo tanto en los medios como en la vida real. Gracias a ello, el feminismo (que no es lo contrario del machismo, por si alguien todavía sigue obcecado en esa idea) está consiguiendo grandes avances en distintos ámbitos de la sociedad, incluida, como no, la creación. Así, donde antes solo había películas, libros, cómics y videojuegos plagados de mujeres objeto, a menudo sin demasiadas neuronas y siempre al servicio del «machirulo» de turno, ahora comienzan a surgir protagonistas femeninas dotadas de mayor personalidad y apariencias más diversas.

En este club figuran casos tan emblemáticos como Lara Croft, quien ha pasado de ser un reclamo voluptuoso sin demasiado lustre psicológico a una mujer inteligente, fuerte y llena de recursos;  Lisbeth Salander, quien con su carisma arrollador ha conquistado el corazón de millones de lectores en todo el mundo; Katniss Everdeen  y sus flamantes flechazos de empoderamiento o la futura Capitana Marvel de la casa de las ideas homónima, quien tiene pinta de que va a ser la única que podrá pararle los pies a Thanos en Vengadores: Endgame.

Todo lo anterior son sin duda noticias excelentes para  la audiencia y para cualquier creador que se precie de serlo,  y yo, que siempre he tenido una especial debilidad por los personajes femeninos complejos, celebro con especial alegría que el progreso social empiece al fin a resquebrajar ideas machistas propias de otro siglo. Nada de ello impide, sin embargo, que en los últimos tiempos haya comenzado a inquietarme una posibilidad cada vez más factible:la de que esta burbuja feminista en principio tan positiva, termine estallando de manera inesperada y la onda expansiva lo deje todo perdido de clichés una vez más.

Y me explico: igual que antes las mujeres objeto eran el canon, las mujeres fuertes, inteligentes y resolutivas se han convertido en el nuevo estándar narrativo de la actualidad, hasta el punto, muchas veces, de que comienza a ser difícil encontrar personajes de sexo femenino que encarnen valores negativos, en tanto que los de sexo masculino, en una especie de exorcismo público de su mala conciencia heteropatriarcal, han comenzado a acapararlos con voracidad.

Esto es particularmente notorio en las producciones audiovisuales modernas que lidian de una manera o de otra con los roles de género: desde la comedia desmadrada (Rough night) hasta dramas con mensaje (Sufragistas) pasando por distopías fantásticas (El cuento de la criada), thrillers (The fall) o incluso westerns (Godless).

Desde un punto de vista kármico, no solo es natural que así ocurra, ya que toda acción conlleva siempre una reacción, sino hasta justo y necesario. El problema surge cuando esta pertinencia entra en colisión con las leyes de la propia narrativa. O dicho de otro modo: cuando la necesidad de retratar a las mujeres de forma positiva se convierte en tendencia, el feminismo en un producto y el ansia de trascender ciertos dogmas genera otros igual de peligrosos en perjuicio de la consistencia de las historias.

Un ejemplo perfecto de lo que digo lo encontramos en la serie Liar, actualmente en HBO. Su trama aborda un tema que no podría estar más de actualidad: los límites del consentimiento sexual en las relaciones entre hombre y mujer. Para ello, nos presentan a dos personajes centrales, uno masculino y otro femenino, y se nos sitúa, como espectadores, en la delicada tesitura de tener que decidir quién de los dos dice la verdad después de que ella lo acuse a él de violarla durante una cita y él lo niegue tajantemente.

Dado que nunca vemos en pantalla nada que avale la versión de ninguno de ellos, las sospechas oscilan de uno a otro lado con cada capítulo a medida que vamos descubriendo más información sobre lo ocurrido. El juego, precisamente, es ese: invitarnos a sospechar de ambos para mantenernos en vilo hasta el final, pero… ¿alguien puede realmente permanecer en vilo sabiendo que la televisión actual, con lo calientes que están las cosas respecto a ciertos temas, jamás se atrevería a presentar a una mujer capaz de acusar en falso de violación a un hombre? Yo, desde luego, no.

Más allá de las buenas intenciones de los show-runners, más allá de lo necesario o innecesario de determinados tratamientos, e incluso más allá del karma antes mencionado, es un absoluto contrasentido plantear un thriller centrado en las sospechas cuando se parte de una premisa claramente cautiva de las modas y la corrección política, pues si la mujer ha de estar vinculada por defecto con lo bueno para que nadie se enfade o aparentar modernidad, y el hombre con lo malo, el suspense desaparece desde el momento en que conocemos la sexualidad de los protagonistas, que salvo sorpresa muy bien tramada, suele ser al inicio de la historia.

En resumen: aunque esté muy bien lo de ir cambiando el chip con respecto al retrato de la mujer en el medio literario y audiovisual, ese cambio de chip no debe conducir a la situación diametralmente opuesta o quien acabará sufriendo las consecuencias no será ni el género masculino ni el femenino, sino la ficción en sí misma, condenada por razones ajenas a su propia mecánica a volverse más predecible, formulaica y repetitiva por muy interesantes que sean sus premisas de partida.

Como Liar, para entendernos.

El único modo de combatir este fenómeno pasa por dejar de ver la narrativa como un campo de batalla para la guerra de sexos y empezar a darnos cuenta de que no se puede combatir un cliché con otro.

Tanto los personajes femeninos como los masculinos necesitan claroscuros para trascender el tópico, para ir más allá de lo obvio y actuar como catalizadores de los conflictos que nos interesa narrar, para, en definitiva, evitar que la nueva Lara Croft termine con el tiempo colgada de los parabrisas de los camioneros de todo el país como una versión 2.0 de las mujeres neumáticas de los ochenta.

La protagonista de Lo que define a una llama, Miranda Cadalso, es mi modesto granito de arena en esta lucha preventiva contra el cliché. Ella es mujer, sí, pero ni es joven, ni guapa, ni fuerte, ni buena, ni la más lista de la ciudad. Simplemente es una mujer de mediana edad, con sus luces y sus sombras, que en unas ocasiones despertará la simpatía de los lectores y en otras los desquiciará con sus secretos y sus contradicciones. Lo mismo que nos ocurriría a cualquiera de nosotros si protagonizáramos una novela, vamos.

¿Os apetece conocerla? Pues lo tenéis tan fácil como echarle un ojo a este enlace y pulsar un par de botones.

Ya me contaréis más adelante qué pensáis sobre ella. Mientras tanto, recordad que podéis dejarme vuestra opinión sobre el espinoso tema de hoy escribiendo un comentario ahí abajo.

¡Que paséis una feliz semana y hasta el próximo post!

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